jueves, 18 de diciembre de 2014

El Candelabro


                          

              En algún lugar del tiempo y del espacio, un extraño suceso se talla en las paredes de mi mente, como un estigma, presagio inexorable y exacto, que sellaría el libro de mi vida para siempre.
Comienza con un sueño recurrente. Una extraña figura sombría, que atraviesa paredes, dejando por un breve instante su imagen traslucida grabada en el espacio que la circunda. Y mientras se desliza, inalcanzable por aquellos corredores oscuros que mi mente dibuja, mi espíritu se perturba, porque puedo vislumbrar lo que viene.
Abrazada por un fuego endiablado, volteo hacia el frente, entregándome a la impotencia que me abruma y desciendo apresurada por una escalera en tinieblas sin respetar el terror que me invade. La extraña sombra viene detrás de mí y al voltearme, ella me atraviesa y me despierto.
Inmóvil. Frágil. Con la mente levitando en un delineado fondo blanco, como si una espesa cascada de agua helada me atravesara entera. Y sin largar bocanada de aire alguno, siento una sensación ajena que me deja convaleciente el alma.
Con los pies en la tierra, trato de ocultar cualquier vestigio de emoción de la mirada del cura Tomás, porque aunque esté moribundo en su cama, puede entender y leer mi rostro como a un libro de la Biblia. Con los días contados y una enfermedad que lo deja somnoliento durante todo el día, puede meterse en mi mente por el brillo cansado de mis ojos y contarme su pena en una fugaz y profunda mirada.
Aquella casa era muy antigua, las paredes habían sido remodeladas no hacía mucho, al igual que el piso de parquet. Yo cuido del cura Tomás desde hace un par de años, cuando aún podía hablar con fluidez. La extraña enfermedad que lo aflige no parece respetar sentido alguno. Tantos estudios, recorrer clínicas y hospitales para saber qué le pasa y nadie puede entender porque el viejo camina lenta e inapelablemente hacia la muerte.
Solo el viejo sabe porque. A veces, cuando me mira, mientras trato de calmar sus ataques de angustia, en medio de su exaltación, su mirada parece clamar por la muerte. Muchas veces siento ese refulgente relámpago que sale de sus ojos hasta penetrar mis corneas. Puedo ver el vacío que lo atormenta. La caldera encendida que alimenta su ira. Y aunque no pronuncia sonido alguno, la paranoica fotografía proyectada es más que elocuente.
Dejé al anciano reposando, con una luz tenue y su mirada pérdida. Entorné la puerta y caminé hasta las escaleras, pero algo me detuvo. Al final del pasillo, hay una vieja puerta que da a una habitación pequeña, donde el anciano guarda objetos de su antigua casa. Noté que por debajo del marco inferior de la puerta, un pequeño resplandor azulado golpeo mis ojos y llamó mi atención. Camine hasta aquella entrada, busque entre las llaves en mi bolsillo y entre. Al encender la luz la imagen tétrica de aquellos vestigios y la esencia añeja de aquel lugar, me dio la sensación de haberme trasladado en el tiempo, a un pasado con mucha historia.
Enseguida noté que aquel reflejo que había captado mi atención provenía de un viejo candelabro de tres brazos, pesado y desgastado por quien sabe cuántos años, pero que aún conservaba una pequeña vela en el brazo del centro. Lo tomé entre mis manos y lo llevé abajo para limpiarlo pues, me pareció que se vería bien encima del hogar a leña, justo al pie de la escalera.
                 Al día siguiente, me encontraba reposando en la mecedora, cerca del hogar cuando me sorprendió un apagón. La casa entera quedo envuelta en un manto de completa oscuridad. Solo se escuchaba el viejo reloj de péndulo detrás de mí. Solo atiné a encender la única vela que tenía más a mano, la del viejo candelabro que el día anterior había limpiado tan trabajosamente y que estaba frente a mí, sobre la chimenea. Tomé un cerillo de mi bolsillo y encendí aquella mecha que se resistió unos segundos, tal vez por la humedad de los años.
Fue entonces, cuando sin soltar el candelabro, percibí que algo no estaba bien. La gran estufa frente a mi parecía impecable de nueva, podía sentir el frío mármol que la recubría y una carpeta bordada de hilo blanco, con unos puntos hermosamente trabajados que antes, no estaba allí. Me quedé como congelada en el lugar. Tuve que parpadear varias veces hasta que reflexioné que eso no se trataba de un sueño. Tal vez una alucinación, una mala jugada de mi mente insensible o algo así. Pero nada era igual. Se sentía estar en otra casa solo que no podía ser, porque todo estaba allí, solo que la decoración parecía otra. Las paredes estaban empapeladas de un tono diferente, el tramado del papel era incomparable. El piso ya no era parquet, estaba encarpetado, al igual que los peldaños de la escalera, recubiertos de una agradable alfombra bordó. Miré atónita cada tramo de la casa que me rodeaba sin soltar aquel candelabro, que con el suave fulgurar de aquella pequeña vela, me daba la más rara alucinación que había tenido en toda mi vida.

¿Cuánto dura un lapso de tiempo cuando la razón no coordina?

¿Qué extraña sensación nos posee ante algo realmente desequilibrado, que nos dejamos arrastrar por el miedo, conjeturando cada paso sin entender lo que en verdad está aconteciendo?

Tomé el candelabro entre mis manos y acerqué la luz a todos los objetos de aquella casa, como para salir de aquella singular experiencia pero, para mi asombro, todo era como en verdad lo veía, absolutamente diferente. Fue cuando entonces noté que el reloj de péndulo detrás de mí, ya no estaba. Eso si me asustó demasiado, lo que me hizo reflexionar si seguir adelante o salir corriendo de la casa.
Agudice mi oído y comencé a escuchar unas voces que provenían de la planta alta. Escalón por escalón, como un ladrón en la oscuridad lo haría, emprendí a subir aquella escalera. Cuanto más arriba estaba más distinguía las voces.

-Pero, si Tomás no habla desde hace ya más de un año, ¿Quién estaba allí?- susurre al aire mientras subía, como queriendo que alguien notara mi presencia.

De pronto, un grito de mujer quebró el silencio y me desoriento por completo. Me detuve pasmada en el último peldaño de aquella escalera mirando fijamente a la habitación de Tomás, de donde provenía una tenue luz que se escapaba por debajo de la ranura de la puerta.

-¡Dios! ¿Qué es lo que está pasando?- dije sin pensar ya en nada en absoluto.

Entonces, para redondear la escena, la puerta que estaba mi espalda, aquella que pertenecía a ese cuarto abandonado, se abrió frente a mi mirada boquiabierta. Y ante mi asombro, una pequeña niña, como de unos cuatro años, asomo su carita asustada, iluminada por la escasa luz de mi candelabro. Sollozó un poco y dejo caer unas pequeñas lágrimas de sus hermosos ojos marrones alargados. Yo no podía moverme de lo que estaba observando, pero igual me acerqué a la niña.
-Hola bonita, no te asustes corazón, ¿cómo te llamas?- Le pregunte esperando una respuesta, aunque mi mente deseaba que no dijera nada.

-Sofí- menciono ante mi asombro, con una voz tan dulce, que un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

-Bien Sofí, soy María y voy a estar con vos hasta que regrese la luz ¿está bien?-

Y me tomo de la mano y como si supiera lo que acontecería esa nefasta noche, me hizo entrar a aquel cuarto, que yo creí vacío.
Para mi asombro, ese era su cuarto. Había una pequeña cama cuna en medio de una decorada pared con hojas bien dibujadas, hadas y duendes pintados en un paisaje de ensueños. Un pequeño placards empotrado a la pared, con puertas persiana de madera blanca en un marco rosa.

-¡Que hermosa habitación tienes sofí!- le dije sonriendo a la niña, con la voz entrecortada.

De pronto, el sonido seco de un golpe retumbó por toda la casa. La niña volteo hacia la puerta su mirada y corrió a cerrarla, para regresar a mi y abrazarme fuertemente.

-Tranquila amor, yo estoy contigo, seguro algo se cayó- Dije, para tranquilizar a la niña, que temblaba en mis brazos.

Pero fue inútil, se soltó de mí y se ocultó dentro de su pequeño placards casi al mismo tiempo en el que la puerta de su habitación comenzaba a abrirse lentamente.
Entre en pánico al instante, así que retrocedí lentamente hasta chocar con la pared que tenia a mi espalda. Sabía que fuera quien fuera que entrara por esa puerta no tenía buenas intenciones y probablemente ya había hecho un daño irreparable a la persona que estaba en la otra habitación. Deje el candelabro encendido frente a mí, para llamar su atención y salvar a la niña.
Cuando la puerta se termino de abrir, una figura tenebrosa emergió de la oscuridad hacia el resplandor de mi luz y vi con claridad su rostro. Era un hombre robusto, de mediana altura, la mirada perdida y transpiraba un hediondo aroma corporal que logré percibir a cuatro metros de donde él estaba parado.

-¡Sofí!, no te escondas de papá. No voy a hacerte daño pequeña.- Dijo el hombre mientras de detrás de su espalda ocultaba un candelabro como el que yo sostenía en mi mano, solo que el de él estaba sin ninguna vela encendida.

-Maldito asesino, no permitiré que lastimes a esta niña- Grite parándome frente a la puerta del placards donde Sofí se ocultaba.

Pero fue inútil todo esfuerzo de mi parte. Avanzo hacia el placards sin contestarme ni inquietarse por mi presencia. Así que tome fuertemente el candelabro que tenía en mi mano y lo levante para golpearlo fuertemente con él, pero fue entonces cuando su cuerpo atravesó el mío, como si fuera un fantasma errante. Abrió la puerta del placards y tomo a la niña con su mano y la llevó arrastrada hasta fuera del cuarto en medio de los desconsolados gritos de su hija y los golpes que lance hacia él, pero que jamás llegaron a destino, porque era como si solo fuera un espectro ahí parado, una espectadora de aquel horrible suceso. Entonces, corrí hasta salir del cuarto y toda la casa estaba en llamas. La escalera, la habitación de la mujer, el pasillo, todo ardía con fuerte agresividad. Como si el mismísimo diablo estuviera avivando las llamas de aquel infierno. Corrí por las escaleras para alcanzar la salida y lance el candelabro al piso.

Cuando este toco el suelo, la vela se apagó y como un sueño maldito, desperté frente al hogar de leña, justo como todo estaba al principio.
               Apoyé mis manos en aquella estufa y traté de reflexionar en todo lo que había vivido. Mire a mi alrededor cada detalle de todo el mobiliario, todo, el piso, las paredes, hasta el viejo reloj de péndulo estaba detrás de mí, funcionando, marcando el compás de aquella casa silenciosa, lúgubre, llena de fantasmas del pasado que habían empezado a manifestarse en aquel candelabro viejo que intente restaurar.
Cuando logre recuperar el aire, comencé a subir, lentamente hasta el último escalón. Caminé hasta la habitación de la niña, pero al abrir la puerta, encendí la luz y encontré un cuarto vacío, con un papel tapiz opaco y húmedo. Un viejo espejo cubierto y el piso de madera fino, solo que desgastado por el tiempo.

-Pero, ¿Qué demonios pasa acá?- Dije en voz baja.

Fue entonces cuando note que el placards estaba allí, detrás de aquel espejo cubierto, empotrado en la pared del mismo lado que en mi sueño. Abrí aquellas puertecillas y nada. Estaba vacío por completo. Ni una sola pelusa de polvo. Y mientras cerraba aquel placards y pensaba lo absurdo de mis sueños, note una pequeña inscripción en la parte inferior de una de las puertas. Y sentí mientras leía la inscripción como todo se achicaba a mí alrededor. Y con la boca entre abierta y mi mirada perdida, no contuve la angustia y el temor que me invadió me transportó a mi niñez, donde, jugando a las escondidas en la casa de un compañero de la escuela, me escondí en aquel pequeño cuarto de juguetes, a oscuras y un muñeco payaso de mi tamaño cayó sobre mi espalda y me desmayé del tremendo susto que me di. Mis piernas se doblaron ante aquel nombre tallado en la madera vieja de aquel placards y mi mente comenzó a teorizar una y mil conjeturas, porque el nombre ahí grabado, tallado como si fuera un estigma de la casa, era, Sofí.
Entonces, caminé hasta el cuarto donde estaba Tomás. Entre sin anunciarme, decidida a saber más de la pequeña visión que había tenido minutos antes en el desván de la casa.
El anciano estaba despierto, con su mirada fija hacia el frente, donde un pequeño relicario colgaba de la pared, entre luces de vela.

-Tuve un extraño sueño ahí abajo, mientras reposaba en la mecedora.- dije, mientras el viejo permanecía inmóvil.

-Una extraña y singular pesadilla.- mencione con voz firme, mientras me sentaba a un costado del anciano, en su cama, mirando atentamente su rostro.

-En mi sueño había una extraña mujer, una pequeña niña y un raro candelabro-

Entonces, el anciano volteó su mirada hacia mí, como si hubiera escuchado al mismo Lucifer narrarle una historia.

-sí, un sueño simplemente. Una jugarreta de mi mente inquieta y hasta quizás enferma, que me hizo ser testigo de un hecho horrible, nefasto, abominable, aquí, en esta casa- le dije sin parpadear.

Y la mirada del cura se transformó por completo. Parpadeo unas cuantas veces mientras sus ojos se enrojecían y giraba su cabeza como si quisiera salirse de aquella habitación corriendo.

-Una extraña pesadilla ¿no lo cree, padre? Quizás no debería decirle esto. Quizás usted haya tenido la misma pesadilla- dije mirándolo atentamente y, ante mi asombro, giro su mirada hacia mí, con sus ojos llenos de lagrimas

-sí, hija mía, he tenido la misma pesadilla una y otra vez, todos los días y todas las noches de mi vida, desde hace ya cuarenta y tres años- Dijo el cura.

-Pero ¿entonces? ¿no fue un sueño?- le pregunte al anciano.

-María, toma aquella caja vieja de zapatos, dentro del placards y ve dentro.- Me pidió el cura.

Cuando tomé la caja entre mis manos, sentí un frío recorrer mi cuerpo, como una señal del abismo que cambiaría mi vida. Abrí la caja, en ella había unos recortes de antiguos diarios.

                “Un infernal incendio terminó con la vida de una familia en Cruz de Piedra”.

                          “La policía trata de consolar al único sobreviviente del hecho”

-Es el hombre de mi sueño, el que asesino a esa familia inocente- Dije con la voz entrecortada.
Entonces, la angustia del anciano se hizo incontenible. Explotó en llanto y mirándome a los ojos dijo

-Ese hombre, asesinó a mi familia. Me despojó de todo lo que más amaba en el mundo. Destruyó mis sueños transformándolos en pesadillas eternas, donde no hay consuelo ni perdón-

-Ese hombre, María, soy yo-

Y como un presagio misterioso, todo cobró sentido dentro de mi asombro. La casa en llamas, mi sueño recurrente, la dama hecha sombra en mi mente corriéndome por una escalera en llamas, el candelabro, la vela y

- Sofí- dije en voz alta.

-Ella era inocente ¡maldito!, tenía toda una vida por delante.- grite frente a su rostro mientras me incorporaba.



-Sí. Lo sé María, lo sé. Y cuanto lamento que esto haya pasado. Cuanto le he pedido a Dios por volver el tiempo atrás. Si tan solo me hubiera internado cuando dijeron que tenía Esquizofrenia, que la doble personalidad en mi estaba latente y que no podría hacer nada.
Esa noche, Leonor, mi esposa estaba pidiéndome que aceptara internarme, que fuera fuerte, pero no quise escuchar- Dijo el anciano llorando.

-Entonces las asesinó brutalmente- Le repliqué con deseos de partir su quebrado corazón en mil pedazos más.

-No entiendes María, no era yo. Mi Leonor era lo que más amaba en el mundo. Mi pequeña Sofí, era mi refugio de paz. Jamás quise hacerles daño. Me traicionó mi propia enfermedad que al igual que una historia de terror, transformó al hombre en un monstruo, con sed de sangre.- Dijo el cura, con una sincera congoja.

Entonces comprendí la angustia de aquel hombre. El extraño hechizo del que padecía que lo tenía condenado por el resto de su vida. Cuarenta años pagando una pena, sin consuelo, sin perdón alguno. Y mientras la agonía lo desterraba de la humanidad para siempre en su interior, lentamente, su enfermedad lo consumía por fuera. Viejo, decrepito y sin clemencia.

-Durante cuarenta y tantos años he pedido a Dios que me dé la oportunidad de enmendar las cosas. Durante toda mi vida desde entonces, he tratado de hacer el bien, buscando redimir mi alma pero sin querer para mí el paraíso. Solo poder morir en silencio sintiendo que Dios pueda darle a Leonor y a Sofí una nueva vida, en algún lugar, allá, lejos de mi. Pero fue inútil creer que eso seria así, Dios me abandonó hace muchos años.- Dijo el viejo.

-No creo que Dios lo haya abandonado. Es más, creo que él le va a dar una última oportunidad de emendar lo ocurrido.- Dije, con un cerillo en mi mano y el candelabro en la otra.

Y el anciano abrió los ojos tan grandes como pudo y tomando mi mano que sostenía aquel candelabro, asintió con su cabeza.
Al encender aquella vela, la habitación fue cambiando ante nuestros ojos. El anciano miraba atentamente todo con su boca entreabierta. Y ante mi asombro, el viejo cura comenzó a rejuvenecerse en su apariencia. Sus brazos se hicieron fuertes otra vez, su rostro y su mirada habían cambiado por completo. El tomo mi mano, me miro sonriente mientras ante nuestra mirada, en aquella habitación, la hermosa Leonor estaba de espalda a nosotros, cepillándose el pelo.
El se acerco lentamente a su esposa y la abrazó con tanta ternura y pasión que mi corazón se exalto.

-¡Mi Leonor, mi cielo!, ¡cuánto te amo mi vida!- le dijo el cura.

-Pero Tomás, prométeme que vas a internarte, que vas a hacer lo que puedas por tu salud y por nosotras- dijo la mujer, sin notar mi presencia.

-Voy a hacer mas que eso amor, perdóname, solo dime que me perdonas- dijo el cura acongojado.

-No hay tiempo Tomás, el viene subiendo las escaleras, pronto va a entrar por esa puerta- Le dije al cura.

-Es verdad. Amor, te amo. Créeme que pase lo que pase hoy, ustedes estarán bien- Le dijo el Padre a su esposa.

Ella, creo que pensó que su marido estaba desvariando otra vez, así que tomándose el rostro, se alejo unos pasos hacia atrás y le dijo

-si Tomas, te perdono-

Fue entonces, cuando por la puerta, entro su otro yo. La otra personalidad del pobre hombre enfermo. Lleno de locura e irracionalidad.

-Leonor, jamás voy a permitir tu traición, ¡jamás!- Entro diciendo el asesino

-Regresa al maldito infierno.- dijo el cura parado cubriendo a su esposa.

-María, toma a Leonor y a mi hija y salgan de la casa, ¡ahora!- Grito el Cura mientras ambos se entrelazaban en una extraña lucha.

Y corrí con Leonor por el pasillo hasta la habitación de Sofí, mientras la mujer me preguntaba con inquietud que era lo que estaba pasando. Y salió Sofí y se abrazó fuertemente a su madre y a mí y mientras observaba la escena que acontecía en aquel cuarto donde el cura luchaba contra sí mismo, y soplé la vela del candelabro, por última vez, para siempre.
Y desperté, en mi cama, en casa de mis padres. Me incorporé y aún en camisón corrí hasta la puerta de casa pese al frío y caminé hasta la casa del cura Tomás. Golpee la puerta de su casa varias veces y nadie respondió.
Y mientras el mundo se desvanecía otra vez en mi mente, dije

-Santo Dios, todo esto fue una ilusión, una pesadilla.
Entonces, la puerta comenzó a abrirse y ante mi cara de espanto, dos ojos azules detrás de un pelo alborotado me dijo.

-Sabía que vendrías-
Y entre a la casa y Leonor estaba allí, junto al hogar de leña, sonriente. Miro la mecedora junto al reloj de péndulo y dijo.

-Toma asiento María, al final, esta también fue tu casa alguna vez ¿o no? Tenemos muchas cosas de que hablar mi querida amiga del alma.-

Y el candelabro permaneció oculto en alguna línea de tiempo alterna, donde aquel hombre pudo enfrentar sus propios fantasmas, vencer sus propios miedos. 

En cuanto a mí, estoy escribiendo la historia de Tomás Agrelo, el cura que no existió, basado en… 

… ¿una historia real?


-     F I N     -

*

Dedicado a mi abuela María
La mujer que inspiró al personaje de esta historia
y que me guió toda la vida
con la dulzura de una madre
 y el silencio de un ángel.

                                                                                                              por: Luis Sadra.


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